En el vibrante y colorido paisaje guatemalteco, la tradición cobra vida en el Día de Todos los Santos. Como en México, los guatemaltecos llenan los cementerios de amor y vida. Los papalotes se alzan al cielo, ondeando con colores brillantes, mientras las tumbas se adornan con flores multicolores que danzan al ritmo del viento.
Las familias se reúnen para honrar a sus difuntos, compartiendo el fiambre, un platillo frío que une verduras, embutidos, quesos y carnes en una celebración de sabores. Esta deliciosa tradición culinaria se convierte en un tributo a la herencia gastronómica de Guatemala y, en 2019, fue declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Nación.
Los cementerios se llenan de música y alegría mientras los guatemaltecos hablan con sus seres queridos que ya no están entre nosotros. Comparten bebidas, como el aguardiente, vertiéndolo en la tierra como ofrenda a los espíritus. La comida y la bebida se convierten en un vínculo entre el mundo de los vivos y los fallecidos.
La tradición de elevar papalotes gigantes es un rasgo distintivo de esta festividad en Santiago y Sumpango. Aunque este año las fuertes lluvias suspendieron esta práctica, la creencia de que los papalotes espantan a los malos espíritus persiste, permitiendo que las almas de los difuntos se reúnan con sus seres queridos. El Día de Todos los Santos es un día de unión y respeto, donde miles de guatemaltecos convergen en los 1,317 cementerios del país para recordar y celebrar a aquellos que se adelantaron en el viaje de la vida. La tradición une a las familias y comunidades a través de la comida, la música y la espiritualidad, creando una experiencia profundamente enraizada en la cultura guatemalteca
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